Lo bueno es que regresamos vivos. No tembló como en 1985. Nuestros instrumentos no fueron secuestrados o algo. Además por fin tuvimos la oportunidad de cotorrear. Normalmente nos juntamos sólo a ensayar. Esta vez realmente convivimos y disfrutamos platicar un chingo de cosas. Nos perdimos por la ciudad buscando tiendas de viniles. Vagamos por un barrio gay. Tomamos cerveza en una cantina histórica y cenamos con vista a una horrible Torre Latinoamericana.
Ya tocamos allá. Qué afortunados los que nos vieron: quién sabe cuando regresemos.